Decía Wittgenstein que una nueva palabra es como una semilla fresca que se arroja al terreno de la discusión. También afirmaba el filósofo vienés, en un hondo y preci(o)so aforismo, que luchamos con el lenguaje y estamos en lucha con el lenguaje. Para que podamos hablar sobre el mundo, los objetos no son nada hasta que, una vez nombrados, entren en la gran armonía universal tejida por el lenguaje. Es el nombre quien da vida al objeto.
"Los animales acuden al oír su nombre. Lo mismo que los hombres". (Ludwig Wittgenstein, Aforismos, cultura y valor. Madrid, Espasa Calpe, 1996.)
De ahí surge la necesidad de poner en palabras lo femenino, algo que es, pero cuya existencia se vela continuamente o se vuelve opaca al entendimiento al no ser nombrada.
Bien es sabido que en la filosofía de Wittgenstein pueden distinguirse dos etapas. La primera, reflejada en el Tractatus logico-philosophicus (1921-1922), pretende dar una salida a los problemas que el positivismo clásico todavía no había resuelto en relación a las matemáticas, la ciencia y la filosofía. La filosofía no es un saber, sino una actividad, y su finalidad es aclarar las proposiciones. De ahí que en esta etapa, la filosofía para el autor, se circunscriba a un análisis del lenguaje.
La segunda etapa filosófica de Wittgenstein queda definida por sus obras Cuaderno azul (contenido de las clases que dictó en Cambridge 1933-34 y cuyas copias los alumnos encuadernaron con pastas azules) y Cuaderno marrón (notas dictadas a dos de sus alumnos en 1934-35) e Investigaciones filosóficas (1953). Estas obras dieron origen a la llamada filosofía analítica, que centra su reflexión en el estudio del lenguaje como un modo de resolver los problemas filosóficos. La tarea de la filosofía no consiste en corregir el uso ordinario del lenguaje, sino en comprender su funcionamiento de forma adecuada, lo que resolverá por disolución los problemas filosóficos tradicionales.
Ya en esta segunda etapa, Wittgenstein reconoce que en el lenguaje ordinario la función descriptiva es una de las tantas funciones del lenguaje y que, por tanto, el dominio del significado es mucho más vasto que el de la referencia. El sentido de una proposición o el significado de una palabra es su función y está determinado por el uso que se haga de ella, es decir, por el contexto al cual pertenezca. En resumen, el criterio referencial del significado es reemplazado por el criterio pragmático del significado.
Veamos ahora uno de los usos de la palabra miembras. Para ello, hemos extraído esta perla de las hemerotecas: Las miembras virilas, una perla que no destila nácar, sino testosterona. Perdonen por traer a colación aquí semejante desvarío mental, y analicen cómo una simple palabra genera fantasmas, crea imágenes que desplazan el sentido de una palabra de un dominio semántico a otro (de la séptima acepción a la segunda), para desembocar en una simbolización absurda producida por un pánico infundado a la castración. Juzguen Vds. mismas. ABC, 3-2-2007.
Para quitarnos el mal sabor de boca, disfrutemos con Óscar Wilde, y ejercitemos el humor, la inteligencia y la fina ironía que rezuma La importancia de llamarse Ernesto: Comedia trivial para gente seria. Tres meses después de su estreno, Wilde fue condenado, acusado de comportamiento indecente y sodomía, a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading tras un proceso turbio, promovido por el padre de Alfred Douglas (amante de Wilde).
El poema "Dos Amores", escrito en 1882, fue utilizado en el proceso contra Wilde. Este poema termina con un famoso verso que se refiere a la homosexualidad: the love that dare not speak its name (el amor que no se atreve a decir su nombre).