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domingo, 6 de julio de 2008

Parturiente/parturienta/parturiento

Washington/Los Ángeles. (Agencias) 4 de julio de 2008. El transexual Thomas Beatie, conocido como el primer "hombre embarazado" de la historia, ha dado a luz a una niña en un hospital de Oregón mediante un parto natural, informó hoy la cadena de televisión ABC.

Esta noticia ha sido recogida por los siguientes medios:

Veamos la definición que da el Diccionario de la RAE (22º Edición, 2001):

parturienta o parturiente

(Del lat. parturĭens, -entis, part. act. de parturīre, estar de parto).
1. adj. Dicho de una mujer: Que está de parto o recién parida. U. t. c. s.

Así pues, los diccionarios se quedan obsoletos ante hechos como estos, como también es preciso que las gramáticas se actualicen para responder a las nuevas realidades sociales.

Según la Gramática española de Juan Alcina Franch y José Manuel Blecua (Barcelona, Ariel, 1987), al tratar del género de los categorizadores nominales y la concordancia alternativa, estos autores afirman:

"Por moción, el masculino utiliza los alomorfos -o, -e, -( ) frente el femenino en -a. En consecuencia, se dan las oposiciones -o/-a, -e/-a, -( )/-a. A estos hay que añadir un grupo organizado de derivativos especiales por influjo culto.

Participios de presente que por su significación no pueden aplicarse a hombres, como ocurre con parturiente, han dispuesto en su lugar una forma en -a, parturienta. La formación de femeninos en -a se abre paso en casos como estudiante/a, dependiente/a, gobernante/a, intrigante/a, negociante/a. Caso representativo de estas modificaciones a través del tiempo lo ofrece la palabra infante, invariable todavía en el siglo XVIII". La forma tigra aparece en el Libro de Alexandre".

"Nuestra situación desencadena incógnitas legales, políticas y sociales", admitió Thomas Beatie cuando se hizo público el caso. Desde este blog pensamos que su situación también desencadena incógnitas morfológicas, léxicas y lingüísticas. Y que los conceptos de orientación sexual y género no gramatical son muy necesarios para comprender, admitir y respetar la identidad y diversidad de todas las personas que conforman las sociedades del siglo XXI.

martes, 24 de junio de 2008

Cuando las gallinas achantan al gallo y el femenino se convierte en el término genérico

Los gramáticos y los académicos insisten hasta la saciedad afirmando que en castellano el término en masculino o término no marcado se usa como genérico, y que en el caso de que se trate de seres animados y personas, sirve tanto para designar a las del sexo femenino como a las del masculino. Sin embargo, vamos a ver que no siempre es así.

Tomemos los siguientes ejemplos:

Aquellas gallinas picotean en el patio. (Utilizamos el término femenino como génerico, sin embargo, no todos los animales tienen por qué ser hembras, también puede haber gallos).

Aquellas vacas pastan en la ladera. (En castellano es perfectamente posible aludir a este grupo de animales mediante el femenino, sin descartar la posibilidad de que existan también toros en el grupo. Esta misma expresión no se utilizaría si se tratara de un grupo compuesto sólo de toros).

Además puede utilizarse la expresión vaca macho como glosa reflexiva o metalingüística de todo; en cambio, la misma expresión no se emplearía si se tratara de un grupo compuesto sólo de toros (contra lo que ocurre en caballo/yegua donde el término *yegua macho es contradictorio en sí misma, lo mismo que toro hembra).

Tampoco puede decirse correctamente aquella vaca es un toro, frente a la posibilidad de expresar aquel caballo es una yegua, excepto, en situaciones en las que aquella vaca se construya para significar algo así como aquel animal que Vd. ha tomado (incorrectamente) por una vaca.

La palabra toro es marcada (marcación formal) en relación con vaca, gallo en relación con gallina y carnero u oveja macho en relación a oveja u oveja hembra. ¿Cuál es la razón de que en este caso los términos marcados sean los masculinos y se utilice el femenino como genérico?

A pesar del título tan provocativo que le hemos puesto a esta entrada, no es que las gallinas achanten al gallo, sino que se trata de que son mayoría. Como la parte más numerosa del ganado suele estar compuesta de hembras, los granjeros y tratantes de ganado se refieren en la forma femenina a cierto tipo de ganado y a determinados animales domésticos de granja. De esta forma la estructura léxica del castellano (y también de otras lenguas, como el inglés) acoge el femenino como norma no marcada y lo utiliza como término genérico.

Según John Lyons y su Semántica, el manual imprescindible para cualquier estudiante de Lingüística, de quien he tomado este ejemplo y que ha sido la base para elaborar todo este artículo: "Cualquiera que sea el motivo, la cuestión teóricamente importante es que, en la lexicalización de la distinción sexual, el lexema semánticamente marcado es el que denota el macho en ciertas especies y, en otras, el que denota la hembra. Esto repercute en el análisis componencial en cuanto a que un rasgo simple de dos valencias de más/menos macho o más/menos hembra no puede generalizarse a todo el vocabulario de la lengua."

Y sigamos con Lyons, aunque he hecho una adaptación muy muy libre para adecuarlo a los ejemplos castellanos.

Más marcado aún que vaca en relación a toro es hombre, en relación con mujer.

En inglés man y woman son únicos entre los nombres comunes cuantificables debido a que pueden utilizarse en singular como expresiones referenciales genéricas, sin necesidad de recurrir a ningún determinante. Man suele emplearse mucho más que woman en este sentido. Entonces, man resulta no marcado cuando aparece en singular en una expresión referencial genérica: It is man that is responsible for change climatic (El hombre es responsable del cambio climático), donde la referencia de la expresión man puede construirse con inclusión o exclusión de las mujeres. De manera análoga ocurre con el plural inglés men en tanto que expresión referencial genérica: Men have lived on this land for ten thousand (Los hombres llevan miles de años viviendo en esta tierra).

El castellano utiliza el término hombre en singular como expresión referencial genérica, pero tiene que echar mano del determinante, como hemos visto en: El hombre es responsable del cambio climático, Los hombres llevan miles de años viviendo en esta tierra.

Sin embargo, en la mayoría de los otros tipos de expresiones -o en todas las demás- man (en el caso del inglés) y hombre (en el caso del castellano) en un empleo referencial o predicativo, no aparecen como hiperónimos (término que incluye a otro) de woman y mujeres, respectivamente. No puede decirse con propiedad That man is a woman o Aquel hombre es una mujer (excepto en el mismo caso que antes indicábamos para esta vaca es un toro).

Si hombre se considera no marcado con relación a mujer, debe admitirse que esto solo ocurre en circunstancias muy restringidas, puesto que no se empleará normalmente la expresión aquellos hombres, sino aquellas personas/aquella gente (de allí) para referirse a un grupo que incluya a una o más mujeres. Si hombre se considera no marcado con relación a mujer, debe admitirse que esto sólo sucede en circunstancias muy restringidas.

La oposición léxica:

El sentido de un hipónimo puede analizarse como el producto del sentido de su hiperónimo y el de algún modificador sintagmático de este. Por ejemplo: libro, libro grande, libro rojo grande, etc. con lo que podemos ser tan específicos y precisos al describir personas, objetos, actividades, etc. como lo requieran las circunstancias en la medida en que lo permita el rasgo específico de la productividad. Este fenómeno está también relacionado con la productividad semántica.

Suele ocurrir en el comportamiento lingüístico que los opuestos no graduables pueden, en ocasiones, aparecer explicítamente graduados.

Un par de antónonimos normalmente no graduables se pueden graduar a fin de evitar que sean interpretados como contradictorios. Hombre y mujer son ejemplos típicos. Normalmente actuamos en el supuesto de que todo ser humano arbitrariamente escogido es hombre o mujer (y no ninguna de las dos cosas o una mezcla de ambas), pero debemos admitir asimismo que hay ciertas personas que no se clasifican satisfactoriamente dentro de esta oposición sí/no entre hombre y mujer. Podemos decir, por ejemplo, X no es completamente hombre o bien X es más hombre que mujer. Pero en estos casos estamos modificando el sistema lingüístico, aun cuando sólo sea temporalmente. (¡Qué útil le hubiera sido a Lyons el concepto de género no gramatical!).

Los opuestos no graduables como hombre y mujer se denominan complementarios. Esto deja en libertad los términos contradictorios y contrario para su empleo en el sentido que les han dado los lógicos.

La oposición binaria es uno de los principios más importantes que gobiernan la estructura de las lenguas (alto/bajo, arriba/abajo), aunque hay otros contrastes no binarios como los días de la semana (lunes, martes, miércoles, jueves,...), la hiponimia y la hiperonimia, etc. (vaca es hipónimo de animal), etc.

En general, se pueden reconocer 3 tipos de oposición léxica: la antonimia (alto/bajo), la complementariedad (hombre/mujer) y la inversión (esposo/esposa).

En muchas lenguas, incluido el castellano, los opuestos más comunes tienden a carecer de relación morfológica (bueno/malo, feo/bonito, viejo/joven, grande/pequeño, etc.), sin embargo, su número es inferior al de los pares morfológicos relacionados (capaz/incapaz, legítimo/ilegítimo, etc.). En estos casos, la forma básica de cada uno de los miembros del par se deriva de la forma básica del otro por medio de la adición del prefijo. Así pues, en el vocabulario, una palabra puede relacionarse tanto con una palabra morfológicamente relacionada, como con otra sin una relación morfológica.

Marcación formal:

Se dice de las palabras castellanas: león/leona, conde/condesa, que son complementarios morfológicos o formalmente afines (cada par). Las formas del segundo elemento (leona, condesa) de cada par presentan un sufijo del que carecen las formas del primer elemento (león, conde) y este sufijo constituye una marca formal de la oposición (un miembro del par de opuestos está caracterizado por la presencia y el otro por la ausencia). Así pues, los lexemas (leona, condesa) están formalmente marcados para la oposición, en contraste con los miembros no marcados de cada par, que no presentan el sufijo.

La marcación formal está en estrecha correlación aunque no de un modo invariable, con una diferencia en la distribución, en el sentido de que el término marcado de la oposición tiende a ser distribucionalmente más restringido (esto es, el femenino aparece en un ámbito contextual menor) que el término formalmente no marcado (el masculino). De cualquier forma, el criterio de la restricción distribucional es independiente de la marcación formal en sí misma y puede aplicarse igualmente a lexemas formalmente no relacionados.

Es un hecho en la estructura de las lenguas, que cuando una oposición se caracteriza por la marcación formal, el término formalmente marcado queda excluido de los contextos neutralizados. De ahí que el reconocimiento de esta correlación general entre marcación formal y distribución haya provocado la extensión de los términos marcado y no marcado en un sentido puramente distribucional, a pares de lexemas formalmente no relacionados. Sin embargo, aquí se ocultan dos propiedades distinguibles y que el uso del término marcación para ambos puede inducir a confusión.

Tomemos en consideración los pares león/leona y conde/condesa. El segundo elemento de cada par (leona, condesa) aparece formalmente marcado y el primero, formalmente no marcado. Pero los dos pares difieren con respecto al criterio de la restricción o neutralización distribucional.

León ofrece una distribución más amplia que leona:

  • león macho (distribución aceptable
  • león hembra (distribución aceptable)
  • leona macho (no aceptable por contradicción)
  • leona hembra (no aceptalbe por tautología).

En contextos similares, la oposición entre conde/condesa no se neutraliza, puesto que las colocaciones de conde mujer y condesa varón son contradictorias, mientras que conde varón y condesa mujer son tautológicas:

  • conde varón (no es aceptable por tautología)
  • conde mujer (no es aceptable por contradicción)
  • condesa varón (no es aceptable por contradicción)
  • condesa mujer (no es aceptable por tautología)

Se puede, por tanto, establecer una distinción entre marcación formal y marcación distribucional. Cuando ambos tipos de de marcación son pertinentes, tienden a coincidir (como en león/leona) pero existen otros muchos lexemas formalmente marcados que no lo son desde el punto de vista distribucional (como en conde/condesa).

La marca distribucional está en correlación con la marcación semántica y, en muchos casos, puede decirse que está determinada por ella. Pero esto es, en principio, independiente de la marcación formal.

Un lexema semánticamente marcado tiene la particularidad de ser más específico en sentido que el correspondiente lexema semántico no marcado. Leona es más específico en sentido que león, del mismo modo que caballo/yegua con el que no presenta relación formal. Esto se debe a que leona y yegua únicamente denotan hembras, mientras que león y caballo pueden aplicarse, en muchos contextos, tanto a machos como a hembras, razón por la cual las colocaciones león macho, león hembra, caballo macho y caballo hembra son aceptables. En tales contextos, el contraste semántico entre león/leona y entre caballo/yegua queda neutralizado.

No obstante, en otros contextos, y sobre todo cuando los opuestos se emplean en una pregunta disyuntiva: ¿Es león o leona? o en una aseveración donde uno es predicado y el otro negado (Es un león, no una leona), el lexema no marcado asume un sentido más específico que resulta incompatible con el sentido inherentemente específico del lexema marcado.

Hay que decir que, mientras todos los lexemas semánticamente marcados son (en virtud de su sentido más específico) distribucionalmente marcados, lo contrario no es cierto. La oración María tiene un caballo, puede enunciarse para emitir una aseveración verdadera tanto si es macho como si es hembra el animal referido. Pero la proposición expresada por el enunciado Pepe ha comprado una casa grande, se consideraría falsa por lo general si la casa fuese en realidad una casa pequeña y no grande en relación con la norma relevante.

Este caballo ¿es caballo o yegua?, es una oración significativa aunque un tanto extraña. No se trata de un caso de polisemia, sino de una consecuencia directa de la marcación semántica. Ocurre como si la relación entre caballo y yegua no tuviera en cuenta el sexo de los caballos a menos que sean hembras. Pero no siempre es así, como hemos visto en el caso de las gallinas y de las vacas.

Cuando aparecen dos lexemas para una determinada especie de animal, y un lexema es semánticamente marcado y el otro no con respecto al sexo, la marcación no aparece forzosamente en el lexema que denota la hembra, como sucede con león/leona, tigre/tigresa y, en general, con todos los pares de palabras semánticamente marcadas que denotan animales no domésticos.

Así pues, cuando las gallinas son mayoría, el gallo ni pía.

Bibliografía:

Lyons, John. Semántica. Barcelona, Teide, 1980.

domingo, 15 de junio de 2008

Algunos cambios históricos en el género gramatical de los sustantivos

Sobre el género gramatical de los sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos y actividades humanas

Jueza (desde 1992 existe el femenino en el diccionario de la RAE con la acepción de mujer que desempeña el cargo de juez. Esta nueva acepción pervive junto al sustantivo común en cuanto al género juez: persona que tiene autoridad y potestad para juzgar y sentenciar). Por supuesto, la RAE acepta sin rechistar cualquier sentencia que dictan sus Señorías.

Concejala (desde 1927 existe en el diccionario la forma en femenino con la acepción de mujer que desempeña el cargo de concejal de un ayuntamiento. Sin embargo, en 2001 en el diccionario de la RAE se recomienda usar la forma en masculino concejal para designar el femenino). Desconozcemos las razones de este cambio de opiniones en los Sres. miembros.

Jefa (desde 1884 existe en el Diccionario en el sentido de superiora o cabeza de un cuerpo u oficio y en el año 2001 continúa esta acepción, pero el diccionario indica que se utilice jefe, esto es, el sustantivo común de género para Jefe de Estado, Jefe de Gobierno, Jefe de Administración, etc. aunque se trate de mujeres). Poquito a poco, pero tocando techo.

Presidenta (aparece en el diccionario desde 1803 en las acepciones de mujer del presidente o la que manda y preside en alguna comunidad. Sin embargo, aun en la edición de 2001, el Diccionario de la RAE recomienda el sustantivo presidente para cabeza superior de un gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc. y para Jefe de Estado en los regímenes republicanos, aun tratándose de mujeres). Vid. comentario anterior.

Ministra (el término aparece en femenino el diccionario desde 1803, pero con el sentido de la que sirve a otro para alguna cosa. En 1984 y 1989 los diccionarios de la RAE reconocen la forma femenina para designar a la que, en la gobernación del Estado ejerce la jefatura de un departamento ministerial, pero se recomienda que se use la forma masculina precedida del artículo: la ministro. En 2001 ya se incluye el término femenino para referirse a la persona que dirige cada uno de los departamentos ministeriales en que se divide la gobernación del Estado: la ministra). Se sospecha que cuando algunas miembras del gobierno llegaron en tropel a ocupar sus cargos, no tragaron por el aro de la O y se encaramaron al rabito de la A, dijera lo que dijera la RAE. Total, ¡eran ellas las que echaban la firma! Y la RAE ¡Trágala, trágala!

Médica (desde 1984 ya no es sólo la mujer del médico, sino también la persona legalmente autorizada para profesar y ejercer la medicina, en femenino). Con la salud no se juega.

Ginecóloga (el término masculino aparece por primera vez en el diccionario de la RAE en 1914. A partir de 1936 surge también la forma femenina como persona que profesa la ginecología -parte de la medicina que trata las enfermedades especiales de la mujer-). No sólo los expertos, las expertas también mandan.

Sastra (desde 1803 la mujer del sastre o la que tiene ese oficio). Sastras y modistillas, pero los modistos si son de alta costura, vienen de París en 1984.

Bombera (la forma femenina para esta profesión aparece en 2001. En la edición del diccionario de la RAE de 1989 sólo existía bombero como término masculino). Las pioneras fueron rápidas extinguiendo fuegos.

Clienta (En 1984 existe la forma femenina refiriéndose a mujer que entra en un establecimiento o utiliza los servicios de un profesional o un establecimiento; junto a la forma común para ambos géneros cliente, definida como persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa. Así se mantiene en la edición de 2001. Está previsto añadir una corrección en la 23ª edición para incluir la acepción de programa o dispositivo que solicita determinados servicios a un servidor del que depende). ¿No se cree conveniente precisar que los hombres también entran en los establecimientos? Ellos son habituales, mientras que ellas van de compras, pero ambos siempre tienen razón.

Bedel (el término bedel ya aparece en el año 1726 en el Diccionario de Autoridades. El diccionario de la RAE de 2001 incluye el masculino y el femenino el bedel/la bedel: en los centros de enseñanza, persona cuyo oficio es cuidar del orden fuera de las aulas, además de otras funciones auxiliares; pero se corregirá en la 23ª edición añadiéndose la coletilla MORF. U. t. la forma en m. para designar el f. Mi prima es bedel. Y mi primo no se entera.


CONCLUSIONES (en serio):

Parece que fuimos antes sastras y que nunca llegaremos a frailas, pero hemos conseguido ser juezas, ministras, médicas, ginecólogas, bomberas y clientas. Todavía existen problemas en las Corporaciones Locales, porque aún andamos a medio trecho entre concejales y concejalas y lo mismo sucede en los centros de enseñanza, en donde las andanzas de las bedelas son vigiladas por la RAE si salen de las aulas.

Por supuesto, sólo hemos llegado a presidentas de comunidad y jefas de ventas pues todavía somos aspirantes a Presidentas del Gobierno y Jefas de Estado. A las Cancilleras vecinas de reciente cargo, aun pudiendo la RAE atender a su referente real de sexo mujer, la Academia impuso tratar de Canciller, será porque hablando alemán, la susodicha no distingue el femenino del masculino en castellano. Por su parte, la Vicepresidenta se ha autodesignado sin consultar a la RAE. ¡Quién pudiera! ... Son las cosas del poder.

¿Algún miembro de la Academia se atreve a aventurar por qué los cambios sociales precedieron a los gramaticales? ¿Existe alguna razón lingüística que se le escapa a esta lingüista?

Y miembra ¿por qué no? Esta no es una imposición de las elites, sino una revolución gramatical desde abajo. Claro que sólo buscamos el morfema femenino en su séptima acepción: individuo que forma parte de un conjunto, comunidad o cuerpo moral (DRAE, 22 ed. 2001), no pretendíamos tocarles la segunda.

Unas pequeñas lecciones de gramática histórica, de la mano de Menéndez Pidal, para miembros y miembras olvidadizos:

"El Género: masculino y femenino. El romance conservó los dos géneros masculino y femenino tal como en latín: panis, axis, mons, solmors, navis, lis, salus. No obstante, hay varias diferencias entre el género de los nombres latinos y el de los romances; pero sólo merece notarse aquí que el romance simplificó las relaciones entre la terminación y el género, y salvo el día y la mano no consintió la –a final átona de la primera declinación sino en los femeninos, ni la –o sino en los masculinos.

Los femeninos en –o no tuvieron más remedio que, o cambiar de género, o de terminación. Ya en latín vulgar eran sentidos como masculinos los nombres femeninos de árboles en –us que seguían la segunda declinación: fraxinus, ulmus, taxus, o la segunda y la cuarta: pinus, picus; así en español son masculinos fresno, olmo, trejo, pino, y con sólo la significación del fruto higo. Por otra parte, cambian de terminación: socrus suegra, nurus nuera, y los nombres de las piedras preciosas amethystus amatista, smaragdus masculino y femenino, esmeralda. No faltan ejemplos de este doble cambio en una misma palabra, como en el nombre del arbusto alaternus fem., ant. ladierno y aladierna; saphirus fem., piedra zafira, mod. el zafiro.

Desaparición del género neutro.- El género neutro se caracteriza en latín por tener el nominativo igual al acusativo, en singular con diversas terminaciones especiales de género, y en plural terminando ambos casos exclusivamente en –A. Esta forma externa especial se conservó en romance, pero la idea del género neutro se perdió (salvo en el pronombre y adjetivo sustantivado), quedando así una forma vacía de sentido. Ante esta contradicción, el romance incluyó las formas del neutro que acababan en –o entre los masculinos, las en –a entre los femeninos, y las indiferentes por no terminar en ninguno de estos dos fonemas, las atribuyó a cualquiera de los dos géneros según razones que dependen de la historia especial de cada palabra". R. Menéndez Pidal: Manual de Gramática Histórica Española, 1904.

Y a modo de reflexión, tengamos en cuenta que los adjetivos en -or eran antiguamente invariables (alma sentidor, vezina morador, espadas tajadores, etc.), pero a partir del siglo XIV comenzaron a generalizarse con terminación femenina, que luego se impuso como obligatoria, salvo los comparativos, y aun estos toman –a cuando se sustantivan: la superiora. Los adjetivos en –an, -in, tienen su –a etimológica: alemana, holgazana, mallorquina, danzarina; hasta el período clásico se conservó “provincia cartaginés, la leonés potencia. Hoy es de rigor la –a para formar el femenino en los derivados de pueblos cuyos masculinos terminan en -es, como francesa, cordobesa, pero jamás se usa en cortés.

Y seguimos con Menéndez Pidal que hacia 1904 afirmaba:

"Antiguamente se decía la cuchar/las cuchares (en lat. neutro) luego se dijo -ra/ras; antes se decía las andes, luego las andas (en lat. masc.) ... Con mayor razón toman -a los sustantivos que significan individuos de los dos sexos para dar forma propia al femenino; así, los anticuados la señor, la infante hoy tienen -a, y se va generalizando la parienta".

Así pues, los avatares del género femenino en castellano a lo largo de la historia son muchos y variados y las normas han ido cambiando con el paso de los años. También las palabras concretas viven su propia historia, influidas no sólo por cuestiones fonéticas, semánticas y sintácticas, sino también por causas subjetivas, culturales, sociales e ideológicas.

Menéndez Pidal, aunque refiriéndose a los cambios fonéticos esporádicos, afirmaba que la influencia analógica (influencia de una palabra sobre otra) tiene su principal campo de acción en la morfología, pues actúa principalmente para asimilar categorías de palabras que desempeñan igual función gramatical, por ejemplo, igualando la terminación de los singulares, de los femeninos o las diversas formas del verbo. "Hay muchos casos en los que el hablante no se limita a usar de la palabra como signo indiferente fijado y animado por la tradición, sino que la contamina con alguna otra representación psíquica concurrente, que viene a alterar la articulación de la palabra. esta deformación fonética viene del deseo, por lo común inconsciente, de hacer resaltar con el sonido la analogía verdadera o supuesta que se descubre entre dos o más voces, avecinando el sonido de una al de otra, o confundiendo en una dos voces de significado análogo".

Y algunas explicaciones extraídas del Diccionario de Dudas:

En el caso de la formación del femenino en sustantivos que designan profesiones, cargos, títulos o actividades humanas, algunas de las normas que hoy recomienda la Academia en su Diccionario de dudas, atendiendo únicamente a criterios morfológicos, son:

  • aquellos cuya forma masculina acaba en –o forman normalmente el femenino sustituyendo esta vocal por una –a. Por ejemplo, médico/médica, ministro/ministra, ginecólogo/ginecóloga, etc. Sin embargo, la propia RAE ha presentado -y presenta- una resistencia feroz a la aceptación de las formas femeninas, como en el caso de médica y ministra hasta que su uso generalizado condujo a la Academia a incorporar estas formas femeninas en el diccionario.
  • los que acaban en –a funcionan en su inmensa mayoría como comunes: el/la atleta, el/la cineasta, el/la guía, el/la logopeda, etc. En algunos casos por razones etimológicas se presenta la terminación culta –isa: poetisa, profetisa, papisa. En el caso de poeta, existen ambas posibilidades para el femenino: poeta/poetisa. Son asimismo comunes en cuanto al género los sustantivos formados con el sufijo –ista: el/la ascensorista, el/la electricista, el/la taxista.
  • Los que acaban en –e tienden a funcionar como comunes, en consonancia con los adjetivos con esta misma terminación, que suelen tener una única forma (afable, alegre, pobre, etc.): el/la amanuense, el/la cicerone, el/la conserje. Algunos tienen formas femeninas específicas a través de los sufijos –ea, -isa o –ina: alcalde/alcaldesa, conde/condesa, héroe/heroína). En muy pocos casos se han generados femeninos en –a, como en jefe/jefa, sastre/sastra, cacique/cacica. ¿Por qué si los femeninos jefa y presidenta constan en el diccionario desde 1803 y 1884, respectivamente, ha existido tanta resistencia por parte de la Academia para aceptarlos e, incluso, la edición 2001 de la RAE sigue recomendando utilizar el sustantivo en género común (la jefe) o (la presidente) para cabeza superior de un gobierno, consejo, tribunal, junta, sociedad, etc. y para Jefe de Estado cuando se trata de mujeres?). Dentro de este grupo están también los sustantivos terminados en –ante o –ente y, procedentes en gran parte de participios del presente latinos, y que funcionan en su mayoría como comunes, en consonancia con la forma única de los adjetivos con estas mismas terminaciones (complaciente, inteligente, pedante, etc.): el/la agente, el/la conferenciante, el/la estudiante. No obstante, en algunos casos se ha generalizado el uso femeninos en –a, como clienta, dependienta o presidenta.
  • Los que acaban en –l o –z tienden a funcionar como comunes: el/la cónsul, el/la corresponsal, el/la capataz, el/la juez, el/la portavoz, en consonancia con los adjetivos terminados en estas mismas consonantes, que tienen, salvo poquísimas excepciones, una única forma, válida tanto para el masculino como para el femenino: dócil, brutal, soez, feliz (no existen las formas femeninas *dócila, *brutala, *soeza, *feliz). No obstante, algunos de estos sustantivos han desarrollado con cierto éxito un femenino en –a, como es el caso de juez/jueza, aprendiz/aprendiza, concejal/concejala o bedel/bedela. Si el Diccionario de Dudas de la RAE recomienda el uso de estas formas exitosas, por qué el DRAE recomienda lo contrario?

El caso del femenino miembra

Podemos considerar que en el primero de estos casos anteriormente citados se encuentra el término miembro, ya que la forma masculina acaba en -o, y por tanto, no es descabellado usar una forma femenina en –a miembra (Nos referimos a la séptima acepción que da el DRAE, 22 ed. 2001 de la palabra miembro: individuo que forma parte de un conjunto, comunidad o cuerpo moral; y no al resto de acepciones, todas ellas de género gramatical masculino: 1. m. Cada una de las extremidades del hombre o los animales articuladas con el tronco; 2. m. Pene, 3. m. Parte de un todo unida él; y 4. m. Parte o pedazo de una cosa separada de ella), etc.

Por tanto, aunque caben los chistes fáciles y facilísimos (tanto desde la perspectiva machista, como desde la feminista, puesto que en este caso podemos aludir al sexo, al género y a los miembros genitales, desviándonos fácilmente de la cuestión lingüística), existe cierta tendencia histórica, y perfectamente verificable no sólo realizando de forma seria y rigurosa un análisis histórico de la evolución gramatical de algunos cambios terminológicos, sino echando una simple ojeada y comparando las voces, acepciones y cambios de género gramatical, que se recogen en los diccionarios de la RAE de los últimos años.

De esta forma, podemos afirmar que los sustantivos que comienzan a utilizarse en el habla de forma vacilante entre las formas (el ministro/la ministro y el ministro/la ministra), aunque en el diccionario de la RAE sólo se recojan como sustantivos comunes en cuanto al género durante una larga temporada como ocurre con el término, en su séptima acepción, el miembro/la miembro, si acaban consolidándose en el habla y se generalizan las formas femeninas, tras años de batalla con los miembros de la RAE, son aceptadas también en el DRAE y fijadas con un término aparte las formas femeninas (ministra) (médica), que pervivirán junto a las formas del sustantivo del género común (el/la ministro, el/la médica) hasta que en los sillones de la Academia recalen varias miembras y sólo conste un término que indique las formas masculina y femenina, sin ya aludir a los términos de género común.

Y es que, en el caso de que el sustantivo termine en –o (como miembro), la posibilidad del femenino –a si se generaliza su uso (miembra), no tiene vuelta atrás. El tiempo lo dirá y algunos académicos por su solidísima formación lingüística lo saben: Gregorio Salvador, Salvador Gutiérrez y José Antonio Pascual. Los dos primeros han arremetido contra su uso, con la rabia y la certeza de que éste conducirá, finalmente, a un doble término. Otros, a la vista de sus declaraciones, parece ser que ignoran las tripas y la historia de la lengua castellana. Y no nos gusta señalar a nadie.