jueves, 26 de junio de 2008

La importancia de llamarse miembra

Decía Wittgenstein que una nueva palabra es como una semilla fresca que se arroja al terreno de la discusión. También afirmaba el filósofo vienés, en un hondo y preci(o)so aforismo, que luchamos con el lenguaje y estamos en lucha con el lenguaje. Para que podamos hablar sobre el mundo, los objetos no son nada hasta que, una vez nombrados, entren en la gran armonía universal tejida por el lenguaje. Es el nombre quien da vida al objeto.

"Los animales acuden al oír su nombre. Lo mismo que los hombres". (Ludwig Wittgenstein, Aforismos, cultura y valor. Madrid, Espasa Calpe, 1996.)

De ahí surge la necesidad de poner en palabras lo femenino, algo que es, pero cuya existencia se vela continuamente o se vuelve opaca al entendimiento al no ser nombrada.

Bien es sabido que en la filosofía de Wittgenstein pueden distinguirse dos etapas. La primera, reflejada en el Tractatus logico-philosophicus (1921-1922), pretende dar una salida a los problemas que el positivismo clásico todavía no había resuelto en relación a las matemáticas, la ciencia y la filosofía. La filosofía no es un saber, sino una actividad, y su finalidad es aclarar las proposiciones. De ahí que en esta etapa, la filosofía para el autor, se circunscriba a un análisis del lenguaje.

La segunda etapa filosófica de Wittgenstein queda definida por sus obras Cuaderno azul (contenido de las clases que dictó en Cambridge 1933-34 y cuyas copias los alumnos encuadernaron con pastas azules) y Cuaderno marrón (notas dictadas a dos de sus alumnos en 1934-35) e Investigaciones filosóficas (1953). Estas obras dieron origen a la llamada filosofía analítica, que centra su reflexión en el estudio del lenguaje como un modo de resolver los problemas filosóficos. La tarea de la filosofía no consiste en corregir el uso ordinario del lenguaje, sino en comprender su funcionamiento de forma adecuada, lo que resolverá por disolución los problemas filosóficos tradicionales.

Ya en esta segunda etapa, Wittgenstein reconoce que en el lenguaje ordinario la función descriptiva es una de las tantas funciones del lenguaje y que, por tanto, el dominio del significado es mucho más vasto que el de la referencia. El sentido de una proposición o el significado de una palabra es su función y está determinado por el uso que se haga de ella, es decir, por el contexto al cual pertenezca. En resumen, el criterio referencial del significado es reemplazado por el criterio pragmático del significado.

Veamos ahora uno de los usos de la palabra miembras. Para ello, hemos extraído esta perla de las hemerotecas: Las miembras virilas, una perla que no destila nácar, sino testosterona. Perdonen por traer a colación aquí semejante desvarío mental, y analicen cómo una simple palabra genera fantasmas, crea imágenes que desplazan el sentido de una palabra de un dominio semántico a otro (de la séptima acepción a la segunda), para desembocar en una simbolización absurda producida por un pánico infundado a la castración. Juzguen Vds. mismas. ABC, 3-2-2007.

Para quitarnos el mal sabor de boca, disfrutemos con Óscar Wilde, y ejercitemos el humor, la inteligencia y la fina ironía que rezuma La importancia de llamarse Ernesto: Comedia trivial para gente seria. Tres meses después de su estreno, Wilde fue condenado, acusado de comportamiento indecente y sodomía, a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading tras un proceso turbio, promovido por el padre de Alfred Douglas (amante de Wilde).

El poema "Dos Amores", escrito en 1882, fue utilizado en el proceso contra Wilde. Este poema termina con un famoso verso que se refiere a la homosexualidad: the love that dare not speak its name (el amor que no se atreve a decir su nombre).

7 comentarios:

Francisco Jesús Serrano Alba dijo...

Hola María Jesús,

en la cabecera de tu blog encuentro una afirmación interesante: "¿Puede la Academia vetar la legitimidad de un término cuando su uso se generaliza?" (o algo similar). La cuestión es inobjetable. La función de la Academia es sancionar y moderar, y no hacerlo desde una torre de marfil, sino atentos al habla de la calle. La calle tiene más autoridad que la Academia. La Academia está a nuestro servicio, y no nosotros al suyo.

Sin embargo, considero que el término "miembra", al igual que otros muchos, no salen de la calle. No están extendidos. Son términos metidos con calzador en los medios de comunicación por figuras de la política. Si finalmente cunden en la sociedad (y la Academia deberá, en ese momento, y no en otro anterior, sancionarlo) habremos asistido a un fenómeno cuyo punto de partida ha sido completamente artificial.

Y no solo artificial. Personalmente lo consideraré ilegítimo, porque estoy inamoviblemente convencido de que las personas menos habilitadas para introducir cambios en el lenguaje son los políticos, seres linguísticamente desnaturalizados y cuyas afirmaciones se mueven únicamente por motivaciones sesgadas.

De modo que: adelante los cambios en la lengua!! todos los cambios! que se remueva el diccionario!! siempre se ha movido y se seguirá moviendo (espero). Pero mucho ojo, los términos de polietileno como "miembra" no los acepto. Los términos, querida María Jesús, los invento yo, mi vecina del quinto, usted, y su éxito depende únicamente de los ciudadanos.

Saludos y enhorabuena por el blog. La discusión siempre es positiva.

(Por cierto, no sé si ha reparado en que solo es posible realizar comentarios aquí si se está registrado en google o blogger)

Manuel dijo...

Si en un acto escucho decir “miembros y miembras” puede parecerme la cosa mejor o peor, puede resultarme chocante, puedo revolverme en mi silla pero lo evidente es que entiendo lo que se me ha dicho. Comprendo el mensaje y mis entendederas pueden llegar a alcanzar que puede existir una intencionalidad, una cierta dosis de reivindicación, un intento de que el lenguaje haga visible algo que existe en la realidad. También puedo entender que se trate de un lapsus, una de esa jugarretas que el cerebro te juega en la comunicación oral, una chispa de improvisación, de libertad en una intervención no encorsetada. Un palabro no correcto académicamente pero que no oscurece el mensaje aunque pueda distraer la atención.



Pero oíganme, si escucho “flexiguridad” la cosa me choca, me hace revolverme en mi silla pero es que además no entiendo de lo que se me está hablando. No es que nada distraiga mi atención es que me huelo que el palabro esconde algo detrás. Necesito que se me explique.



Y así he llegado al punto al que quería llegar: el pitorreo, el jolgorio, el desprecio, el rasgarse las vestiduras, el crujir de dientes con el que se ha acogido a la palabra “miembra” no tiene nada que ver con el campanudo interés con el que hemos acogido a la “flexiguridad”, una patada al castellano que no es objeto de burla sino de análisis. El País dedica hoy dos páginas a explicarnos que este tipo de palabras son muy habituales en inglés. Pues qué bien. Además viene bendecido por 27 señores de la Unión Europea que son muy serios y hablan de economía, saben mucho y sus razones tendrán para patear el idioma. Nada que ver con el otro palabro que sale de una intervención de una ministra joven que se ocupa de temas poco importantes en un ministerio menor sin bendiciones académicas y, sobre todo, sin el respaldo del ejemplo de la lengua inglesa y su tradición de trocear y pegar palabras de tan conveniente imitación en nuestro idioma.



Tan distinto es el envoltorio que acompaña a ambos palabros, tan diferente es el trato recibido que me produce cierta repugnancia. Así que dedico un tiempo a pensar como pitorrearme, burlarme, mofarme con crueldad de los inventores de la flexicurity-flexiguridad. Tarea vana. No doy con la chispa de hilarante ingenio que me permita poner en la picota a tan egregios lingüistas. Creo que es porque no encuentro la mala baba, la sórdida caspa, la complaciente superioridad, el dedo acusador y desvergonzado que me proporcionaría el machismo como motor profundo de la burla. No puedo aplicarlo al caso de la “flexiguridad”. ¡Qué lástima que el palabro no lo inventara una mujer! Daría más juego sin duda.

http://manuel1971.wordpress.com/

María Jesús Lamarca Lapuente dijo...

rrose: gracias por la información sobre los comentarios, no me había dado cuenta de que estaba activada sólo la opción de usuarios registrados en Google. Acabo de cambiar esta restricción y ya puede enviar comentarios cualquier persona que lo desee.

En cuanto a lo de que el uso de la palabra miembra es un término metido con calzador por políticos y medios de comunicación, no estoy de acuerdo. El uso de miembra/s viene ya de antiguo dentro de los movimientos sociales y, en concreto, de los colectivos de mujeres que se definen a sí mismas como miembra/s de...tal colectivo. No son imposiciones de ministras ni de ministerios, sino que estos han recogido, después de muchos años,-y en concreto el Instituto de la Mujer en España- lo que muchos colectivos y grupos de mujeres de base proponían a este y al otro lado del charco. Como dije en algún lugar del blog, esta no es una "revolución" de las élites, sino una revolución desde abajo.

Anónimo dijo...

Gracias por dejarnos pasar a quienes te leemos y admiramos tu capacidad para hacernos llegar un montón de conocimientos que a quienes somos legos en la materia nos costaría muchísimo llegar.La información sobre Wittgenstein es magnífica y todo el enfoque referido al lenguaje igual.
Te he incluido en mi blog para acceder a ti lo más rapidamente posible porque creo que eres imprescindible para contar con argumentos en el lenguaje coloquial de cada día.
Por cierto, el artículo de Prada, que seguramente pasó desaperdibido en su dia, es tremendamente patético... la tendrá pequeña?...vaya mal rollo!
Pero bueno.. viene de quien viene.
Anyi

María Jesús Lamarca Lapuente dijo...

Del artículo de este señor (si a este despropósito se le puede denominar así), lo que más me ha llamado la atención es el uso no sólo del adjetivo muertas, sino su empleo en con el sufijo diminutivo muertecitas.
"Pues sólo las mujeres muertecitas pueden sentirse satisfechas con semejantes migajillas".

María Jesús Lamarca Lapuente dijo...

Certero y contundente el comentario de Manuel sobre flexiguridad y el distinto tratamiento que han dado los medios al uso de esta palabra que "da una patada al castellano y que no ha sido objeto de burla, sino de análisis", frente al pitorreo y el desprecio del uso de miembras.
Cabe destacar que, casi a la par que se generara la polémica por el uso del término miembras, hemos asistido a varios casos que demuestran la importancia del lenguaje como elemento que contribuye, de manera decisiva, a la configuración de la realidad. (De la misma forma que la realidad contribuye a configurar el lenguaje).
Los políticos intentan maquillar la realidad haciendo uso de eufemismos y disfemismos y el lenguaje ha pasado a formar parte importante del hacer y quehacer político cotidianos. La propaganda, la mercadotecnia y la persuasión se han perfeccionado muchísimo en los últimos años y está a la orden del día manipular términos y expresiones no sólo con fines políticos, sino también comerciales, ideológicos, etc. Este ha sido el caso del uso o no uso, por parte de determinados políticos, de los términos crisis y trasvase y de su sustitución por otros términos tales como "desaceleración","crecimiento negativo", "recesión", "suave aceleración", etc. o, en el caso de los trasvases, su sustitución por "conducciones o tranferencias de agua", "captaciones o aportaciones puntuales de agua", etc. Sin embargo, la prensa ha llevado a cabo análisis más o menos serios en torno a estos temas y en ningún momento se ha bromeado sobre su uso, sino que se ha denunciado tal manipulación.

La manipulación lingüística viene de lejos, y a veces se fosiliza en términos que ahora nos parecen neutros, pero que no lo son. Por ejemplo, desde los años 90 del siglo pasado, ya no oímos hablar de capitalismo, sino de globalización, libre mercado o libre empresa.

HxI dijo...

Mucho animo ¡¡ Que queda tajo ¡¡ Nuestro granito de arena desde Hombres por la Igualdad en Aragón.

http://hombresporlaigualdad.blogspot.com/2008/06/usos-del-lenguaje-como-forma-de.html